«Bordes de la dominicanidad», de Lorgia García Peña, ¿un libro inaugural? (2)

Por Diógenes Céspedes

Según Pablo Mella y Quisqueya Lora, prologuistas de esta obra, Lorgia García Peña llama Archivo de la Dominicanidad a “los mecanismos a través de los cuales se fundó el Archivo de la Dominicanidad, es decir, las fuentes con las que, por diversas vías y en diversos momentos la cultura hegemónica construyó pruebas, clasificó documentos o compuso relatos que permitieron fundamentar las nociones hegemónicas del ser dominicano” (p. 17).

Es a eso mismo a lo que llamo en mi ensayo sobre las imágenes del haitiano en la literatura dominicana “los tres bloques de clichés” en los que se fundamenta el conjunto de discursos conservadores, tanto de nuestro país como de Haití, para ejercer su dominación.

Recuso ese término de dominicanidad con mayúscula, porque es una sustancialización, y acepto el de dominicanidad con minúscula, porque él implica una crítica a ese conjunto de discursos conservadores, que es el objetivo que se propone la autora en la segunda parte de su trabajo, la cual, según los prologuistas, “se enfoca en la visión y el papel de la diáspora para desconstruir ese Archivo, diáspora en la que la misma autora se encuentra y desde la cual plantea los cuestionamientos fundamentales desarrollados en su libro.

Uno de esos problemas centrales que la diáspora intelectual dominicana quisiera superar es la condición de “nota a pie de página del tema dominicano en los estudios étnicos internacionales, especialmente en los LatinStudies, condición que tiende a resolverse por medio de esencialismos académicos y que silencia la pluralidad dominicana”. (Ibíd.).


La dominicanidad, al igual que la modernidad, es siempre crítica. Pero en el caso del discurso de García Peña, hay que examinar con cuál teoría del lenguaje y lo político analiza esos discursos conservadores, pues el recurso tipográfico de su noción de contradicción, al escribir contra en letras redondas y dicción en cursivas, es un juego de palabras que se queda en la mímesis de su propio juego como denuncia.

Dicen los prologuistas que “son contradicciones todos los discursos que se sitúan en contra de lo que la doxa del relato oficial ha dado como bueno y válido, y que ha servido para legitimar una interpretación monolítica y excluyente de los diversos modos de ser dominicano”. (P. 17-18).

Este “ser dominicano”, que debería escribirse “del ser dominicano” me indica que no hay teoría del sujeto en el discurso de García Peña y que todo se queda en la lengua y la heterogeneidad del signo.

Pero desde diversas maneras y con distintos métodos, esa doxa u opinión de los discursos conservadores e incluso de los discursos liberales, marxistas, positivistas racionalistas e hispanistas han sido criticados por los intelectuales de la isla, como dicen los académicos de la diáspora con cierto tono de perdonavidas.

Y los métodos historicistas y positivistas sin teoría del lenguaje y del discurso han sido criticados a partir del método de la poética según el cual el lenguaje y la historia tienen una misma teoría, la que implica también, por lógica, una teoría del sujeto y lo social, del individuo, del Estado y el Poder y sus instancias, de la literatura y el poema, de la traducción, de la ética y la política.

Pero tanto estas ideologías historicistas que conciben los hechos históricos como “reconstrucción” o como teleología y teopolítica, no aceptan la crítica que se les hace y sea por ignorancia o por un interés particular, reproducen continuamente el discurso del mantenimiento del orden social y refuerzan el poder que dicen o creen combatir.

En el discurso de García Peña hay tres aseveraciones que me permito contradecir: La primera es la del nuevo discurso de los intelectuales de la diáspora que reivindican el haitianismo de los siglos XX y XXI sin diferenciarlo del antihaitianismo de los siglos XVIII y XIX, sin ver el anacronismo analítico que reproducen.

La segunda es su creencia en la existencia de la República Dominicana y Haití como naciones surgidas el 1 de enero de 1804 y el 27 de febrero de 1844, con la cual reproduce la autora una de las ideologías claves de la hegemonía de la dominación oligárquica en contra de los sujetos de las dos comunidades patrocinada por su “Archivo de la Dominicanidad”, a despecho de los discursos críticos de algunos intelectuales dominicanos que a partir de Bonó, Mariano Cestero, Lugo, Emiliano Tejera, Sánchez Ravelo, Bosch, Moscoso Puello, Pérez Cabral, Jimenes Grullón y otros han negado la existencia de la nación dominicana o han matizado su existencia precaria y en construcción debido a un sinnúmero de falencias; y, la tercera, es el conferirle un carácter “revolucionario” y político al movimiento mesiánico del liborismo y calificarlo hiperbólicamente de antimperialista y afirmar que combatió con las armas en la mano la ocupación militar estadounidense de 1916-24.

Hasta el Tratado de Basilea en 1795 fuimos colonia española y a finales del siglo XVII y durante todo el siglo XVIII los nacidos en la isla, llamados criollos, se identificaron como españoles dominicanos y a ese título combatieron la ocupación de Toussaint Louverture en 1801 y fueron vencidos.

Pero a partir de 1795 estos habitantes se denominaron franco-dominicanos y a ese título combatieron en 1805 junto a las tropas francesas de Ferrand las invasiones de Dessalines y Christophe, quienes luego de un sitio de más de 20 días a la Capital la abandonaron, temeroso el jefe negro de que los franceses, ayudados por los ingleses al abrirle el paso a naves de guerra galas, invadieran a Haití, ocuparan Puerto Príncipe y restablecieran la esclavitud, tal como lo había ordenado Napoleón a Leclerc en 1802 para Santo Domingo y Haití cuando apresaron a Toussaint y lo embarcaron para Francia.

Este apresamiento ocurrido cuando el precursor de la independencia se aprestaba a aprobar una Constitución que declaraba la independencia de Haití como colonia de Francia, radicalizó a los haitianos dirigidos por Dessalines y otros jefes eminentes hasta que proclamaron la independencia de Haití el 1 de enero de 1804.

Este es el contexto en que se produce la independencia de Haití y, por lo tanto, la lucha a muerte en contra de los franceses y las invasiones de Dessalines y otros jefes militares a la parte Este obedeció al pánico real de que Francia o España, que se alternaron el dominio de la parte Este, conquistaran a Haití y restablecieran la esclavitud en isla entera.

Incluso luego del reconocimiento de la independencia de Haití por parte de Francia, ese miedo pánico sobrevivió hasta la última invasión de Soulouque en 1856, doce años después de proclamada la independencia de la parte Este de la isla con el nombre de República Dominicana y que este nuevo Estado no era una amenaza, porque había consagrado en su primera Constitución la abolición de la esclavitud y los castigos condignos a quienes intentan en restablecerla.

De modo que el contencioso dominicano en contra de los haitianos hay que analizarlo a partir de nuestra independencia de ellos, creada por la mente de Duarte y sus seguidores y no antes, porque antes las invasiones haitianas para unificar la isla (noción imperial de Jacques I de la “una e indivisible”) se armaron para destruir el poderío de España en 1801 y de Francia en 1805.

La derrota de Dessalines en 1805 y su asesinato poco después prolongaron el dominio francés de la parte Este hasta 1809 cuando las huestes de Juan Sánchez Ramírez derrotaron a Ferrand en Palo Hincado, pero no para independizar a la parte Este, sino para reincorporarla como provincia a España, lo que duró hasta 1821, año en que José Núñez de Cáceres y su grupo de burócratas y hateros proclamaron la primera independencia dominicana, de la cual la de 1844 será continuidad, de acuerdo a su discurso ante Boyer para la entrega de las llaves de la ciudad.

Esta independencia fracasó porque Núñez de Cáceres y su grupo no abolieron la esclavitud y los batallones de pardos y morenos liderados por Pablo Alí, Santiago Basora y otros les dieron la espalda y negociaron con Boyer la unificación de la isla.

En síntesis

El contencioso de los tres bloques de clichés en contra de Haití antes de la independencia es improcedente y mal fundado, porque tanto Toussaint como Dessalines invadieron la parte Este para abolir la esclavitud, unificar la isla y evitar el restablecimiento de la trata negrera en los dos territorios que compartían, y comparten todavía, la isla.

Las atrocidades cometidas en la guerra a muerte contra Francia y España son de igual índole que las matanzas cometidas por los franceses y los españoles para evitar la independencia de sus territorios coloniales americanos en el siglo XIX.

Me refiero a las matanzas de Santiago y Moca y otras localidades, las cuales forman parte del contencioso que a partir del episodio del asesinato de Andrés Andújar y sus tres hijas por tres bandidos sociales dominicanos, será atribuido a los haitianos por Nicolás Ureña de Mendoza, Félix María del Monte y César Nicolás Penson, como bien lo estudia García Peña.

Pero no a cuenta de la república ni del Estado ni de la nación dominicanos que no existieron durante la dominación española, francesa o haitiana.

Y ese es el núcleo duro del mito del surgimiento de la independencia dominicana y constituye el bloque de los discursos ideológicos de los historiadores, intelectuales y poetas dominicanos que han sido incapaces, en razón de su falta de conciencia política y de conciencia nacional, de transformar la fábula de la narración conservadora romántica y nacionalista de la fundación del Estado dominicano creado por Pedro Santana y sus hateros bajo la modalidad del centralismo autoritario, el clientelismo y el patrimonialismo cuyos pilares o columnas de su mantenimiento han sido desde siempre la corrupción, la impunidad y la alianza paternalista con sectores de la pequeña burguesía mulata y negra con la finalidad de lograr la legitimación del poder hegemónico de esa oligarquía que ha tenido el control del Poder y sus instancias hasta hoy.

La posición de los Estados Unidos como potencia hegemónica internacional desde la enunciación de la doctrina Monroe, el Corolario Roosevelt y el Destino Manifiesto han ayudado a la oligarquía a sobrevivir y mantener su hegemonía sobre las clases subalternas, pero esa visión ideológica de que el imperialismo todo lo puede y determina en nuestro país y en el resto de América Latina tiene un componente pesimista y derrotista que interpela a los sujetos al conformismo, la pasividad y a la emigración, principalmente, oh paradoja, a los Estados Unidos, el culpable de nuestros males.

Es un masoquismo y una falta de conciencia política, a todo lo que se le añade un discurso diaspórico e isleño de defensa de Cuba como un caso emblemático de que se puede derrotar al imperialismo, lo cual es peligroso, porque valida la idea de que tal proeza es posible únicamente a cambio de una dictadura de partido único.

Fuente: Periódico Hoy (https://hoy.com.do/bordes-de-la-dominicanidad-de-lorgia-garcia-pena-un-libro-inaugural-2/)