A mi juicio, la conciencia rayana que sucede en Josefina Báez o Rita Indiana no es la misma que la del sujeto dominicano o haitiano étnico que jamás sale de la isla.
Por Roque Santos
La segunda parte de Bordes de la dominicanidad de Lorgia García Peña se titula “La diáspora contradice”. Compuesta por dos capítulos (“Conciencia rayana” y “Escribiendo desde El Nié”), aquí analiza los archivos que cuestionan los discursos hegemónicos sobre la Dominicanidad desde esta conciencia rayana. Gestos como los de Sonia Marmolejos después del terremoto en Haití de 2010, la poética de Manuel Rueda en Cantos de la Frontera; los cortos de David Pérez o las canciones de Rita Indiana le permiten entender “la multiplicidad de dicciones performativas que componen las fronteras transnacionales, intraétnicas y multilingüísticas de la dominicanidad” (p. 225).
En el último capítulo analiza los textos artísticos de Josefina Báez, de Juan Bosch y Pedro Vergés para construir una poética de la dominicanidad ausente desde esta conciencia rayana. El Bosch que trabaja en esta oportunidad es el exiliado que escribe y forma un compromiso político y social con su país. Su nuevo interés en Bosch estriba en que “durante sus múltiples y largos exilios, Bosch se convirtió en el primer pensador en articular y promover una dominicanidad que podría extenderse más allá de las fronteras geográficas de la nación” (p. 287). Pedro Vergés le permite entender la intervención norteamericana del 65 como un trauma colectivo que disparó la migración hacia Estados Unidos.
Al final añade un epílogo sobre el antihaitianismo en el marco de una guerra global contra la negritud, expresada también en la postura antiinmigrante. Los cuerpos racializados del inmigrante muestran los miedos y las prácticas raciales heredadas. La conciencia rayana de las personas en diáspora sufre en carne propia este sin lugar, el Nié, donde reconstruyen la posibilidad de un diálogo en contradicción a los discursos hegemónicos.
El libro muestra cómo el Estado oprime los cuerpos racializados y cómo estos últimos han cuestionado los discursos hegemónicos que emanan desde los centros de poder. No se trata de entender la dominicanidad desde adentro, sino desde fuera y desde otra alteridad. Este último concepto me parece poco explotado por la autora, siendo tan fundamental en la construcción de una conciencia o de una identidad colectiva o personal. No hay identidad sin alteridad y el problema de la persona diaspórica es que debe enfrentar múltiples alteridades en la construcción de su identidad personal. Elijo el término “enfrentar” porque no es una experiencia fácil ni pacífica, aquí es cuando el sujeto en sí mismo (subjetividad, cuerpo, intersubjetividad) está más vulnerable y tiene que configurarse a tanteo porque, desde su diáspora, los elementos que le nutren en esa conformación de sí les parecen “ajenos”, pero tiene que hacerlos propios.
A mi juicio, la conciencia rayana que sucede en Josefina Báez o Rita Indiana no es la misma que la del sujeto dominicano o haitiano étnico que jamás sale de la isla. No me fijo solo en el grado académico de las personas involucradas en esta experiencia, sino en las posibilidades de configuración de sí que dan las experiencias con relación a la alteridad. La exposición a otros mundos, a otras alteridades que cuestionan mi conciencia o mi identidad insular son cruciales para la edificación de nuevas identidades contradictorias a la identidad hegemónica.
La construcción de esta poética de la conciencia rayana transfronteriza que procura García Peña no es solo para “exiliados raciales” (p. 297), sino para cualquier sujeto dominicano/a migrante. La manera en que este sujeto construye su identidad será distinta a la identidad forjada desde dentro. De todos modos, hay una poética del sí configurada con relación a la alteridad que es flexible y que se asemeja más a un performance que se adecua a los contextos. Incluso, llegaría más lejos, un mismo individuo no posee una identidad o un núcleo sustancial identitario homogéneo, sino que “a según” lo exija el medio, responde y configura una identidad de superficie que muestra como representación de sí.
García Peña tiene su esquema preestablecido y ajusta a este los textos que le sirven de análisis como archivos de la Dominicanidad y sus contradicciones. En este ajustarse al plan concebido se dejan de lado miradas y discursos de las múltiples identidades dentro y fuera de la isla; pero ciertamente, ella no lo puede decir todo y convoca intelectualmente al diálogo/práctica fraterna/solidaria.
FUENTE: Acento (https://acento.com.do/opinion/bordes-de-la-dominicanidad-4-8876385.html)