Por Diógenes Céspedes
En 1996-1997, mientras estuvo como profesor invitado en Manhattan College de Nueva York, le propuse a Silvio Torres Saillant, en su calidad de director del Instituto de Estudios Dominicanos (IED) de la Universidad Municipal de Nueva York (CUNY) y a Viriato Sención, novelista laureado, quienes en ese momento eran dos símbolos de la diáspora dominicana en los Estados Unidos, una alianza intelectual para combatir aquí y allá la política de la teoría del lenguaje y el signo como la doble revolución poética posible en contra del discurso etnocéntrico del poder que en el país de origen y en el de acogida era, y son, los responsables del racismo, la discriminación y la miseria económica de los inmigrantes nuestros y de las clases pobres de la isla, pero le dieron la espalda a mi propuesta y se burlaron de ella.
Torres Saillant y Sención continuaron la práctica de la doble vida, la rebeldía y el resentimiento social contra el orden político existente en la República Dominicana y los Estados Unidos, política que terminó reforzando el poder que decían y creían combatir.
Esta doble revolución política de la teoría del lenguaje y el signo inscrita en contra del sistema social imperante en el país de origen y en el país de acogida es posible únicamente a través de la transformación de la teoría del signo que alberga la política imperial de los Estados Unidos y su aplicación práctica en la República Dominicana a través del frente oligárquico recompuesto a partir de la cadena de golpes de Estado que desde 1963 (iniciada contra el Gobierno de Juan Bosch) se sucedieron en América Latina con el objetivo de solidificar la hegemonía estadounidense en la región, amenazada por la exportación del modelo de la revolución cubana de enero de 1959.
Casi 40 años después de que le formulara mi propuesta a Torres Saillant, constato a través del discurso de Lorgia García Peña que los intelectuales de la diáspora dominicana en los Estados Unidos siguen reproduciendo el mismo modelo de rebeldía política y resentimiento social que se instaló en la academia estadounidense en la que se estudian los problemas de la historia y las migraciones caribeñas, pero sin que su teoría política y lingüística transforme la vieja metafísica del signo que reina en la cultura occidental.
Sin la teoría de lo radicalmente arbitrario e histórico del lenguaje y el signo de Saussure y los seis paradigmas antropológicos constitutivos de ese signo, teorizados por Henri Meschonnic, no existe la posibilidad de que la rebeldía de la diáspora dominicana y latinoamericana en los Estados Unidos se trasforme en la doble revolución que postulo y que tal rebeldía no se convierta, por el contrario, en una lucha que refuerce el poder hegemónico del frente oligárquico y que el resentimiento social y el victimato que acompañan semejante rebeldía no impida plantear un discurso poético que sea inseparable de la teoría del lenguaje y la historia, del sujeto y lo social, de la literatura y el poema, del Estado y el Poder y sus instancias, de la ética y la política y de la traducción.
Este es el programa que hará la doble revolución política y lingüística fuera de los cinco instrumentalismos a los que la teoría del partido del signo tiene sometida a la intelectualidad dominicana y latinoamericana acantonada en una lucha inútil en contra del fantasma de la democracia representativa que opaca la lucha en contra del verdadero enemigo: los frentes oligárquicos que impidieron, apoyados por las grandes potencias europeas y estadounidense, la concreción del proyecto bolivariano de la Gran Colombia, e impiden hoy la creación de los Estados nacionales verdaderos en América Latina o de otras opciones políticas que superen las de las dictaduras de partido único de derechas o de izquierdas que barran con el clientelismo y el patrimonialismo de los Estados oligárquicos latinoamericanos, generadores de corrupción, impunidad, miseria económica, desigualdad e inequidad sociales.
Con el resentimiento social y el victimato, lo dicen los sicólogos y siquiatras, se cae en un círculo vicioso que impide construir las especificidades del país de origen y del país de acogida.
Esto se revela claramente en que las agendas de la diáspora dominicana en los Estados Unidos y en los demás países donde está implantada no es la misma que la del país de origen.
En el país de origen la lucha es en contra del Estado oligárquico ya descrito, tanto en la República Dominicana como en Haití y el resto de América Latina, y la agenda de la diáspora dominicana en el exterior es luchar por la ampliación de todos sus derechos sociales y políticos en un país, los Estados Unidos, donde existe un Estado nacional verdadero.
Para lograr estos objetivos, los líderes de la diáspora dominicana deben concretar alianzas políticas y académicas con las comunidades haitiana, boricua, caribeña y latinoamericana y formar parte constitutiva de su especificidad.
Pero intentar imponer esa misma agenda política de alianza con Haití en la República Dominicana es desconocer la especificidad política y cultural del surgimiento del Estado autoritario, centralizado administrativamente, creado en 1844 con la exclusión del pueblo por Pedro Santana y sus hateros.
La minoría intelectual que se arroga la representación de la totalidad de la diáspora dominicana actúa con la estrategia del signo y el Soberano, es decir, la parte por el todo. Quien no esté de acuerdo con ese punto de vista absolutista, es un traidor.
Es traidor quien no esté de acuerdo con la agenda de los intelectuales de la diáspora dominicana en el caso de la asunción de una culpa colectiva por la matanza de haitianos ejecutada personalmente por Trujillo en 1937.
Él fue el único culpable de esa matanza y pagó con su vida por esos crímenes y los otros crímenes cometidos por él y sus sicarios en el país y en el extranjero. La frase que se le atribuye a Antonio de la Maza al darle el tiro de gracia a Trujillo es emblemática: “Ya este guaraguao no mata más pollitos”.
Varios autores coincidimos en este punto(Cfr. Orlando Objío en Trujillo y Peña Batlle. El tirano y el sabio, I. Santo Domingo: Editora Universitaria de la UASD, 2019, p. 231: Peguero Moscoso, Derby-Turits y Herrera), pero mi posición fue esta: “La matanza de 1937 obedeció a un deseo del dictador de controlar militar y políticamente a los presidentes haitianos para extender el mercado interno de sus empresas más allá de la frontera, facilitar su acumulación originaria y su dominio del Caribe”. (“Origen histórico de los conflictos entre haitianos y dominicanos”, Areíto y Acento.com, del 1 de noviembre de 2014 al 14 de febrero de 2015.
En síntesis
Hitler y su Estado Mayor fueron los responsables del holocausto de judíos y otras minorías étnicas y pagaron por estos crímenes con su vida en el búnker y en los juicios de Núremberg.
Crear un sentimiento de culpa colectiva a los alemanes y a los dominicanos por el Holocausto y la matanza de 1937 es construir una ideología del resentimiento social y el victimato permanentes que paralizan la lucha del pueblo dominicano y del haitiano y sus intelectuales, para destruir el frente oligárquico y lo que él ha producido hasta hoy y reemplazarlo por un Estado nacional verdadero o por otra opción que las luchas sociales decidan.
Hay que recordarle a la diáspora dominicana que la independencia dominicana se realizó en contra de Haití y el “sublime disparate” creado por la mente de Duarte hay que preservarlo, según palabras de Américo Lugo, a la espera de la invención de un Estado nacional verdadero, que no ha surgido justamente porque los continuadores de ese “sublime disparate” han carecido, hasta hoy, de conciencia política, de conciencia nacional, de conciencia de comunidad o unidad personal, de conciencia de clase y de conciencia de ser sujetos.
Con respecto a Haití, independiente de la conciencia que existe en la isla de que Trujillo y su Estado Mayor fueron los responsables de la matanza de haitianos en 1937, eso no nos impide ser solidarios con la situación de ese país, pero como Estados oligárquicos con soberanía otorgada a los Estados Unidos durante la ocupación militar de las dos repúblicas entre 1915 y 1935, se impone, como lo prefiguraron Duarte y Américo Lugo, la cooperación con Haití, siempre en el plano de las relaciones diplomáticas y comerciales y conforme al Derecho internacional que norma las relaciones entre países.
Finalmente, el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción de ambos países realizadas por los sujetos de nuestra respectiva formación social decidirán, un día, la creación de un Estado nacional verdadero o cualquier otra forma de Estado, excluida por supuesto, las dictaduras de partido único de derechas o de izquierdas. Ese día se sabrá cuál de los dos países que ocupan la isla Española tragará más hojaldres.
Cuando en un siglo o siglo y medio, los nietos y biznietos de la diáspora dominicana en los Estados Unidos no hablen español y no tengan que enviar remesas a familiares inexistentes, el amor muerto sin rencor a la tierra de origen se habrá extinguido para siempre, como se extinguió el recuerdo de sus ancestros en las profesoras Lucile Charlebois y Marie-ClaudePissier en Lincoln (Universidad de Nebraska) y Nueva York (Manhattan College) cuando les pregunté en 1987 y 1997 en cuál campo, ciudad o departamento de Francia habían nacido sus antepasados.
Eran ciudadanas estadounidenses. Cuando los nietos y biznietos de los abuelos y bisabuelos de la diáspora dominicana en el exterior hayan perdido el recuerdo del país de origen, entonces sí se les aplicarán con todo su peso las letras del bolero de Wello Rivas, “Cenizas”.
África, Haití y España serán un recuerdo geográfico para ellos y entonces se sabrá que todos los que habitamos el planeta Tierra somos inmigrantes transitorios.
FUENTE: Periodico Hoy (https://hoy.com.do/bordes-de-la-dominicanidad-de-lorgia-garcia-pena-un-libro-inaugural-6/)