Lorgia García Peña, «Bordes de la dominicanidad» (2)

Por Luis Álvarez López

Dos ejemplos que la autora enfatiza, son el de Domingo Alcántara, reina de la Cofradía del Espíritu Santos de San Juan de la Maguana, cuyos tambores sagrados fueron confiscados por el Capitán de los Marines G. H. Morse. Aunque Dominga se atrevió a escribir al comandante de las fuerzas interventoras exigiéndoles los tambores, los cuales fueron devueltos. El otro caso, lo fue el de Oliverio Mateo líder afro-religioso de la comunidad Rayana de Maguana Abajo, en los linderos de San Juan de la Maguana, quien fue asesinado junto a un número significativo de su congregación, incluyendo niños. Papó Liborio no era un líder guerrillero, como Charlemagne Peralte de Haití, (Dubois, 2013, Pp.262-264), quien enfrentó militarmente a las tropas norteamericanas, era simplemente un líder afro-religioso negro, quien era percibido como una amenaza para la dominación estadounidense del país. Era una amenaza porque era un líder religioso negro de mucho arraigo en su comunidad, y era percibido como una amenaza para los interventores.

Otro aspecto importante, fue el impacto de la intervención sobre los afros dominicanos/as, como se puede apreciar en la siguiente cita “A través de sus acciones, las fuerzas interventoras buscaban «civilizar» el cuerpo dominicano para prepararlo para el consumo extranjero (trabajo, sexo). Se esperaba que los hombres se unieran a la Guardia Nacional, convirtiéndose en herramientas obedientes al régimen, mientras las mujeres eran convertidas en mercancía para el entretenimiento de los marines. La disidencia se equiparaba con el bandidaje y la diferencia con el salvajismo. En el nombre del progreso y la civilización, se perseguía, capturaba, castigaba y a veces hasta se mataba a los «bandidos» y «salvajes». La ideología de la ocupación, por tanto, insistía en controlar no solo la economía y el sistema de gobierno, sino también las mentes y los cuerpos de las personas que vivían en las tierras ocupadas. Los intelectuales y pensadores fueron frecuentemente encarcelados, se cerraron periódicos, se censuró la literatura y se controlaban las reuniones públicas. Ciertas prácticas culturales, especialmente aquellas de las personas afrodescendientes, eran ridiculizadas y muchas veces prohibidas. Las mujeres negras y los practicantes de la religiosidad afro dominicana eran objetivos específicos de las fuerzas interventoras, sus cuerpos leídos como portadores tanto de placer como de corrupción” (P. 164).

4-El capítulo 3 me sorprendió, pues esperaba un análisis diferente de la masacre del Perejil que fuera más allá de la mención de las producciones históricas ya conocidas, algo nuevo desde el punto de vista de las fuentes y la interpretación. Sin embargo, pienso que la autora se limitó a una revisión de la literatura de la masacre desde la perspectiva de la República Dominicana, Estados Unidos y Haití. Incorporando las producciones literarias haitianas de Danticat Edwidge, Stephen Alexis, y colocarlo junto a los textos de Juan Bosch y Prestol Castillo, enriquece nuestras perspectivas ya que permite a los lectores aquilatar la perspectiva desde Haití, a través de estos autores. Lorgia concluye esta sección afirmando, “el colocar en primer plano el cuerpo rayano en nuestra discusión de la frontera dominico-haitiana puede ayudarnos a ver algo más que un espacio de violencia y separación en dicha frontera; esto también ayuda a localizar la memoria encarnada a partir de la cual pueden enfrentarse los silencios. Mi lectura, por tanto, clama por una conciencia rayana; una que reconozca a la frontera y sus habitantes como sujetos humanos” (214).

5-El capítulo IV retoma la temática de la frontera dominico-haitiana y la analiza apoyándose en los “performances” de trabajadores culturales del país y la Diáspora, autores como Manuel Rueda, su poema Cantos a la Frontera (1963), Rita Indiana Hernández con su canción y video, Da pa lo do (2011) y David Karmadavis (2005-2010), Lo que dice la Piel (2005) y Estructura completa (2010). La conciencia rayana perdura en la frontera y constituye un reto a los dos estados excluyentes a ambos lados de la isla. La solidaridad interinsular presente a lo largo de las fronteras desde la época colonial ha existido y sigue existiendo entre los rayanos a pesar de la existencia de dos estados, cuyas clases dominantes no solo explotan a sus pueblos negros y mulatos, sino que explotan también a los migrantes haitianos y dominico-haitianos que han convivido de forma autónomas, y al margen de los estados nacionales durante largos periodos históricos. El rescate de Sonia Marmolejos, la heroína rayana de Bahoruco, muestra como en las peores circunstancias, la solidaridad interinsular se expresa dando un mentís a la ideología anti-haitiana que el estado dominicano promueve, retratando a Haití, a los inmigrantes haitianos y a los dominico-haitianos, como enemigos de la nación dominicana.

El otro planteamiento tiene que ver con el concepto de “Nie” que viene de la producción de Josefina Báez, Dominicanish (2017), la cual se convierte en un arma contra la visión hegemónica de la dominicanidad, pues rompe con las ideas de la pertenencia territorial y la renuncia de los valores intrínsecos de la identidad tradicional, como los valores culturales hispánicos: lengua, religión y cultura, (blancura) al igual que la herencia indígena, la heteronormativa que le es propia y la eliminación de la presencia africana. A juicio de Lorgia, Dominicanish (2017), de Báez, “difumina exitosamente las líneas que separan el «allá» y el «acá» que son muchas veces trazadas por el Estado y los ciudadanos que viven en la isla, permitiendo así una ciudadanía transnacional y más participativa para las y los dominicanos ausentes. La dominicanidad ausente desestabiliza el discurso oficial de la nación dominicana y del canon de producción literaria y cultural de ambos territorios, lo que conduce a un diálogo más democrático basado en una conciencia rayana. Esta nueva conciencia rayana también contribuye a los diálogos de intrasolidaridad que enfrentan el trauma de la violencia y la división que han marcado las relaciones entre haitianos y dominicanos. Por tanto, en El Nié y a través del lenguaje marginal del dominicanish, finalmente se hace realidad el tipo de solidaridad que Bosch había imaginado (321).

Mi cuestionamiento a esta interpretación tiene que ver con la aseveración de que los miembros de la comunidad migrante en New York, “no están ni aquí ni allá”. Es lo opuesto, “están aquí y están allá”. Pues la realidad objetiva es que su sentido de pertenencia es nacional y transnacional, no mono territorial. No hay aquí una historia de la frontera, ni del proceso de dominicanizacion de la misma también logrado por Francisco Rodríguez de León, Trujillo y Balaguer entre la Espada y la Palabra, Santo Domingo: letra Gráfica, 2004. Cap.2, Pp.199-221 y Edward Paulino, en su ya célebre publicación, Dividing Hispaniola, Dominican Republic’s Campaign Against Haiti, 1930-1961. Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 2016. Cap. 3, Pp.36-56.

FUENTE: Periódico El Caribe (https://www.elcaribe.com.do/gente/cultura/lorgia-garcia-pena-bordes-de-la-dominicanidad-2/)