Por Sophie Mariñez
Por fin llega al país Soñemos juntos, la muy atinada traducción al español de We Dream Together: Dominican Independence, Haiti, and the Fight for Freedom(Duke University Press, 2016),de la gran historiadora Anne Eller, catedrática de la Universidad de Yale. Encomendamos a los lectores a prestarle su más fina atención pues este libro constituye un aporte fundamental a los estudios dominicanos publicados tanto en la República Dominicana como en el exterior.
La primera de las razones de peso para considerar Soñemos juntos un libro fundamental es que ilumina un momento crucial de la historia dominicana que solo unos cuantos expertos manejan a fondo: la afortunada Guerra de la Restauración (1863-1865), cuya victoria contra España significó que se garantizara la abolición de la esclavitud y se expulsara, una vez más, la presencia colonial, al menos en su modo más físico y brutal. Eller sostiene y demuestra a cabalidad que, para la mayoría de los dominicanos de la época, la Guerra de la Restauración fue de mucho mayor trascendencia que la separación de Haití, ocurrida en 1844 y luego conocida como la Independencia de la República Dominicana. Ambos sucesos tienen connotaciones distintas. El episodio de 1844 es el producto de una lucha por el poder entre varias facciones de las clases pudientes de ambos lados de la isla, descontentas por las medidas del presidente Jean-Pierre Boyer. En cambio, entre 1863-1864, lo que se jugaba no era solo la soberanía de la joven República Dominicana, sino la libertad misma y la dignidad de los cientos de miles de afrodescendientes que residían en la isla, no solo del lado dominicano sino también del lado de Haití. La presencia de España implicaba en cualquier momento el retorno a la esclavitud. Es por ello, sostiene Eller, que cuando la anexión a España era apenas un rumor, inmediatamente se forjaron alianzas entre innumerables líderes y figuras de ambos lados de la isla, como por ejemplo el antiguo trinitario Francisco del Rosario Sánchez y el presidente Fabre Geffrard. Estas alianzas se mantuvieron durante la guerra a pesar de que España amenazara a Haití con invadirla si no mantenía una posición de neutralidad. Aun así, detrás de bastidores, el gobierno de Haití siguió apoyando la causa, el pueblo ofreció alojamiento y alimentos a los refugiados dominicanos y miles de haitianos se unieron a la lucha.
La segunda razón por la cual este libro es fundamental es porque nos recuerda, con lujo de detalles, lo inquietante que debió de haber sido para la población de la isla vivir bajo la amenaza del retorno a la esclavitud. Es importante recordar que España fue la última potencia en abolir la esclavitud, al hacerlo en Cuba en 1886, superada solamente por Brasil (1888), última nación latinoamericana en declarar la abolición. En Puerto Rico, la abolición oficial sólo se dio en 1873. Pero gracias a Haití, la isla conocida como la Hispaniola fue la primera del Caribe en abolir la esclavitud de manera permanente. No obstante, durante casi todo el siglo diecinueve, los residentes de la isla vivieron en zozobra constante, alarmados por la presencia imperial en la región y los actos de traición de sus líderes, como fue la anexión realizada por Pedro Santana, o como podían ser los planes de Buenaventura Báez de crear un protectorado con Francia o Estados Unidos.
La tercera razón, y no la menos importante, es que la sólida metodología de Soñemos juntos, el rigor de la investigación, los detalles concretos con que sostiene sus argumentos y el lúcido análisis de las fuentes primarias reorientan drásticamente la dirección y el fondo de los debates sobre la identidad nacional. Estos tienden a articularse principalmente alrededor de la idea de una nación dominicana que surge en oposición a Haití; es decir, una línea nacionalista que concibe la nación como un bloque poblacional homogéneo articulado a partir de categorías raciales y culturales. Obviamente, esta ideología, como con todo discurso, encuentra sus oponentes. Como se sabe, demasiado énfasis en la interpretación de una nación en términos raciales y culturales puede acarrear generalizaciones, errores metodológicos y olvidos de otros factores que podrían dar pie a debates más complejos y sustanciales. Entre estos factores se encuentran las dinámicas regionales dentro de la isla, los intereses económicos a nivel regional o hemisférico que determinan decisiones imperiales y, crucialmente, categorías socioeconómicas en la población que se traducen en un mosaico de intereses, muchas veces en pugna entre sí. Esta lucha de clases, como diría Marx y como bien vieron los predecesores de Eller en la isla (me refiero a Emilio Cordero Michel, Franklin Franco Pichardo y Roberto Cassá), es lo que determina la historia y le devuelve, en la obra de Eller, el protagonismo a los pueblos de Haití y de la República Dominicana en una gesta heroica —también humana y por tanto rica e imperfecta— por lo más importante: vivir en libertad.
En vez de limitarse exclusivamente a lo que acontecía dentro del territorio dominicano, la autora nos ofrece una perspectiva panóptica de las contiendas socioeconómicas y políticas que caracterizaban a la isla, a la región del Caribe en general y al Atlántico imperial en la segunda mitad del siglo diecinueve. Al mismo tiempo, entra en diálogo con el trabajo de historiadores que, como Raymundo González y Quisqueya Lora, han resaltado la importancia de la esclavitud y de las múltiples prácticas de liberación ejercidas por distintos sectores de la población. A través de su visión panóptica, Eller propone la provocadora tesis de que la Guerra de la Restauración es la que cumple a cabalidad la misión radical iniciada por la Revolución Haitiana, que era no solo abolir la esclavitud de manera permanente sino expulsar de una vez por todas las fuerzas colonizadoras de la isla entera. De esta manera, la investigadora se sitúa de manera brillante junto al historiador Graham Nessler, quien también propone que el estudio de la Revolución Haitiana debe integrar la isla completa y extenderse más allá de 1804. Nessler plantea con acierto que, en ese período, la colonia española jugó un papel crucial —tanto reaccionario como revolucionario— que se extendió hasta 1809, cuando los residentes de Santo Domingo expulsaron definitivamente a los militares franceses que habían tomado posesión de la antigua colonia española. Eller nos muestra cómo, sesenta años más tarde, y con la ayuda de miles de haitianos, la Guerra de la Restauración derrotó a más de cincuenta mil tropas españolas, tal como habían hecho Dessalines, Pétion, Christophe y todo el ejército haitiano cuando vencieron a más de cincuenta mil tropas francesas en 1803. En ese sentido, me parece que el pueblo dominicano puede sentirse tan orgulloso de este crucial momento histórico como se siente el pueblo haitiano con relación a su revolución. En este particular, la obra de Eller nos permite redescubrir este momento de nuestra historia con vívidos e impresionantes detalles.
Por ejemplo, el primer capítulo nos recuerda que en el período de unificación con Haití (1822-1844) reinaba una gran estabilidad social y económica. La llamada indemnización impuesta por Francia a Haití en 1826 fue la que empezó a crear fracturas entre los que, de ambos lados de la isla, estaban en contra de pagar por una victoria ganada con sangre, por un lado, y, por el otro, los que, como el presidente Jean-Pierre Boyer, aceptaron ese chantaje con miras a salir del embargo impuesto por las potencias esclavistas. Tan pronto se dio la separación, la nueva República Dominicana se vio presa de todo tipo de conflictos políticos y rivalidades no tanto entre «conservadores» y «liberales», como ha sostenido la historiografía tradicional, sino entre grupos socioeconómicos articulados en términos de clase y de raza. Unos conspiraban para vender la soberanía de la nación al mejor postor, mientras que otros luchaban por retenerla. En el segundo capítulo vemos cómo el presidente Pedro Santana se alía con las autoridades coloniales en Cuba y Puerto Rico para propulsar el proyecto de anexión a España, proyecto que se realizó con el apoyo de apenas dos por ciento de los residentes; pero que los escribas del momento presentaron como un deseo genuino de una población eternamente leal a España, «media-blanca», «noble y hospitalaria, orgullosa de ser española» o de tener «gran afinidad con España». Además de presentar esa imagen a un imperio escéptico de que la anexión fuera una buena inversión o un deseo de la población, Santana y sus aliados declararon a Haití como una amenaza de la que había que proteger a las demás colonias españolas en la región, con la excusa adicional de que una anexión serviría para impedir las pretensiones expansionistas que Estados Unidos albergaba para la región.
Convencida rápidamente por su rivalidad imperialista con Estados Unidos, España efectúa la anexión y, con grandes promesas de respetar la abolición de la esclavitud, toma posesión, de nuevo, de su antigua colonia. Pero en el capítulo tres vemos que la presencia militar española fue traumática para los dominicanos, muchos de los cuales ya habían ascendido a posiciones de autoridad, tanto en el ámbito militar como en el gubernamental. Los militares fueron degradados, humillados y obligados a «retirarse» sin remuneración, los que ejercían funciones públicas tuvieron que ceder su autoridad a los nuevos llegados y se obligó a trabajar a los presos y «vagos». En el capítulo cuatro vemos cómo, salvo algunas familias adineradas que se beneficiaron con la anexión, la mayoría de la población odió la presencia española, sus multas absurdas, las restricciones impuestas a los negocios y a las actividades cotidianas y, en general, su actitud prepotente y racista.
En los capítulos cinco y seis, Eller nos muestra cómo el temor de una posible re-esclavización movilizó al país entero, principalmente a la población más empobrecida de las ciudades y de los campos. Además de sus tropas y oficiales, España contaba con un séquito de leales criollos que, como Manuel de Jesús Galván, acusaban a los rebeldes de insumisos y degenerados. Generales como José Hungría, Antonio Alfau, Eusebio Puello, Juan Suero y el propio Santana persiguieron y mataron a cientos de insurgentes. Frente a ello, surgió una resistencia pero fragmentada. Por un lado, líderes adinerados del Cibao que deseaban el retorno a la república pero que no se pronunciaban con relación al racismo y a la esclavitud; por el otro, el grupo que eventualmente ganó la guerra, dirigido por Gregorio Luperón, Ulises Espaillat y Gaspar Polanco. De extracto humilde, estos últimos tenían metas más radicales y estaban claramente contra la esclavitud. No dudaron en buscar el apoyo de Haití, con cuyo pueblo se sentían hermanados, unidos por la lucha anticolonial. Los revolucionarios también forjaron solidaridades a través del Caribe y toda Latinoamérica y conquistaron el apoyo y la admiración de otros pueblos, como Perú, que condenó vigorosamente la anexión, y Venezuela, que envió armas.
Al final, la guerra devastó al país, pero la victoria exaltó los ánimos. Se redactó una nueva Constitución que proclamó la provisión del jus soli, derecho a la nacionalidad por nacimiento. Esta disposición legal sobrevivió todas las reformas y modificaciones de la Constitución realizadas hasta el 2010, cuando se vio reemplazada por una provisión basada en el jus sanguinis, derecho a la nacionalidad por filiación. A esto se sumó la sentencia emitida por el Tribunal Constitucional 168-13, que también se ampara del jus sanguinis para determinar la nacionalidad de manera retroactiva hasta 1929, lo cual provocó la pérdida de la nacionalidad de cientos de miles de dominicanos que no podían documentar la «legalidad» del estatus de sus padres, abuelos o bisabuelos. Este cambio jurídico es una victoria de esa clase adinerada que desde la restauración de la república ha mantenido el poder político con la salvedad de un breve tiempo en el que estuvo en manos de los restauradores más radicales. Tal como concluye Eller en su epílogo, al concluir la Guerra de la Restauración surgieron dos narrativas contrarias que iban a perpetuarse durante el resto de la existencia de la nación: por un lado, la perspectiva progresista, que esperaba seguir colaborando con Haití y contemplaba los beneficios mutuos de una alianza política entre ambas repúblicas y, por el otro lado, la perspectiva conservadora, tan imbuida de retórica anti-haitiana que llegó al extremo de tildar a Gaspar Polanco y a Gregorio Luperón de «prohaitianos», conspiradores y antidominicanos. Como podemos constatar, estas dos narrativas siguen confrontadas en la actualidad. Y, lamentablemente, el lado conservador ha ganado el mayor terreno en esta lucha, no solo a través de un discurso racista reproducido por distintos medios de instrucción y propaganda, sino también mediante prácticas legislativas que, como la Constitución del 2010 y la sentencia constitucional 168-13, redefinen la nación dominicana a partir de la exclusión.
Exquisitamente escrito, bien argumentado, de un estilo fresco y dinámico, Soñemos juntos mantiene la atención de sus lectores tanto por la historia relatada como por su extremo rigor científico, evidente en las casi dos mil notas al calce que indican las fuentes consultadas por la autora en archivos del país, Cuba, Haití, España, Estados Unidos, Francia e Inglaterra. Estamos aquí ante una verdadera joya de investigación, producto no sólo del extraordinario intelecto de la autora sino también del apoyo ofrecido por colegas en distintas instituciones universitarias y por selectas becas de investigación otorgadas en Estados Unidos e Inglaterra. Eller es catedrática de historia en la Universidad de Yale y autora de incisivos artículos científicos sobre movimientos de rebelión, violencia de género, protestas políticas y procesos de emancipación en el siglo diecinueve publicados en revistas científicas de alto renombre en los Estados Unidos. Gracias a su labor de investigación, ha recibido numerosos galardones, incluyendo los premios al mejor artículo de la Asociación de Historiadores del Caribe y del Consejo de Estudios Latinoamericanos de Nueva Inglaterra. La versión original de Soñemos juntos, We Dream Together,recibió una mención honorable tanto del Premio al Libro Avant-Garde de la Asociación de Estudios Haitianos como del Premio Isis Duarte de la Asociación de Estudios Latinoamericanos. We Dream Together es ganador del Premio Samuel and Ronnie Heyman a una Publicación Académica Extraordinaria (Outstanding Scholarly Publication) otorgado por la Universidad de Yale en 2018.
Los lectores de Soñemos juntos identificarán fácilmente los méritos de esta obra que la editorial Bonó pone ahora a su disposición. En lo personal, es una gran alegría y una profunda satisfacción ver esta excelente traducción al español de Isabel Amarante y Astrid Valenzuela (así como una en francés, a publicarse próximamente en Puerto Príncipe) finalmente al alcance del público más interesado: los pueblos de Haití y de la República Dominicana.